La profesora Pizzolatto analiza el Congreso de Tucumán, la figura de Laprida y los conflictos aún vigentes.
En el marco de la conmemoración del Día de la Independencia, la profesora de Historia Marcela Pizzolatto dialogó con Sintonia y ofreció una profunda reflexión histórica y política sobre el proceso que condujo a la independencia argentina, sus antecedentes y consecuencias, y las tensiones aún vigentes en la estructura del país.
Durante la entrevista, Pizzolatto contextualizó el proceso independentista dentro del marco de dos revoluciones que modificaron el escenario mundial: la Revolución Industrial y la Revolución Francesa. La primera transformó la economía global y posicionó a Inglaterra como potencia dominante; la segunda introdujo ideas de libertad, igualdad y división de poderes que inspiraron a las generaciones revolucionarias de América Latina.
“El pensamiento de hombres como Belgrano, Moreno o San Martín no puede entenderse sin esas ideas”, explicó la profesora. “Eran criollos influenciados por el liberalismo político que cuestionaba el orden absolutista y buscaba una participación activa del pueblo en la conformación de los gobiernos”.
La invasión napoleónica a España y la caída del rey Fernando VII crearon una crisis de autoridad en la metrópoli, lo que habilitó el surgimiento de la Primera Junta en 1810. A partir de allí, comenzó un complejo y extenso proceso político y militar que incluyó campañas militares, conflictos internos y decisiones estratégicas.
Tucumán y la necesidad de declarar la independencia
En 1814, con el regreso de Fernando VII al poder, se reactivó la amenaza de una reconquista española. En ese contexto, el Congreso de Tucumán —iniciado el 24 de marzo de 1816— fue impulsado por San Martín, quien necesitaba una declaración formal de independencia para dar legitimidad a sus campañas libertadoras en Chile y Perú.
“La independencia no podía postergarse más —afirmó Pizzolatto—. San Martín lo entendía claramente. No podía avanzar sobre Chile en nombre de un país que aún juraba lealtad al rey de España”.
El Congreso sesionó en Tucumán para descentralizar el poder de Buenos Aires y dar representatividad al interior. Sin embargo, hubo ausencias notables: provincias como Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Uruguay, Paraguay y gran parte del Alto Perú no enviaron representantes, evidenciando ya en ese entonces tendencias separatistas que el tiempo confirmaría.
En su retorno de una misión diplomática en Europa, Belgrano planteó la necesidad de definir una forma de gobierno, proponiendo incluso la creación de una monarquía constitucional encabezada por un inca. Aunque esa idea no prosperó, sí lo hizo la declaración de independencia, que fue redactada el 9 de julio y corregida diez días después para incluir la desvinculación de toda dominación extranjera.
Entre ideales republicanos y conflictos internos
El Congreso tenía también la misión de redactar una Constitución, pero los fuertes intereses contrapuestos postergaron esa tarea hasta 1819. Sin embargo, la Carta Magna sancionada fue rechazada por las provincias por considerarla unitaria y monárquica. La consecuencia fue el estallido de conflictos que llevaron a la disolución del gobierno nacional y el surgimiento de poderes locales dominados por caudillos.
Pizzolatto recordó en este punto la figura de Francisco Narciso de Laprida, presidente del Congreso el día de la independencia, y su trágico final: asesinado en 1829 por tropas federales. “Borges, descendiente suyo, lo retrata en el poema Conjetural, donde refleja esa tensión entre el ideal de una nación con leyes y la brutalidad de las guerras civiles”, señaló la docente.
Las deudas del presente con la historia
Durante la entrevista, se estableció un paralelismo con la actualidad. La profesora sostuvo que muchas de las tensiones del siglo XIX —como la concentración de poder en Buenos Aires y el desequilibrio en la distribución de los recursos— persisten aún hoy. “Seguimos dependiendo de los grandes centros urbanos. La estructura sigue siendo radial: las rutas, los trenes, la economía… todo confluye en el puerto. Y el interior sigue relegado”, señaló.
En el tramo final, Pizzolatto recordó que la unificación nacional se logró recién en 1880, tras décadas de luchas internas y dos constituciones fallidas.
“Desde 1810 hasta 1880 vivimos en un conflicto constante. Fueron 70 años de desencuentros, donde muchos que soñaron con un país mejor terminaron en la ruina”, dijo.
Uno de los ejemplos más elocuentes que citó fue el de Clarisa, hija de Laprida, registrada como planchadora en el censo de 1869, pese a que su padre había sido una figura clave de la independencia. “Esa historia, como tantas otras, nos invita a reflexionar sobre el valor que le damos a nuestro país y a las personas que lo construyeron”.
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